Pocos son los casos en los que un futbolista está tan ligado a su equipo hasta el punto de convertir su imagen casi tan importante como la del propio escudo. El de Enrique Castro con el Real Sporting es uno de ellos. De la mano del equipo gijonés se convirtió en leyenda tanto dentro como fuera del campo.
Curiosamente, el destino de Enrique Castro González (23 de septiembre de 1949) parecía totalmente contrapuesto a lo que terminó por ser. Nacido en Oviedo, heredó el apodo de su padre, guardameta. Sus hermanos Jesús y Falo también destacaron por su faceta bajo palos, llegando incluso a jugar para el propio Sporting. En la sangre de los Castro fluía el deseo de parar. Fruto de ello, el joven Enrique no pudo eludir su genética y sus ganas por vestir los guantes. No obstante, cuentan que a partir de que en una ocasión recibió un gol por debajo de las piernas decidió cambiar de idea. Además, contaban que a medida que se acercaba a la portería rival cuando atacaba, la portería se le agrandaba. Había nacido con el don del gol, por lo que pronto optó por vestirse con el 9.
Sus inicios profesionales se sitúan en 1967, de la mano del CD Ensidesa de Tercera División. Después de unos primeros meses complicados en el equipo de Avilés, relegado al extremo derecho, la llegada del nuevo técnico (José Luis Molinuevo), revitalizó al prometedor delantero asturiano. Con el nuevo entrenador, volvió a su posición de nueve, lo que le permitió volver a destacar ante rivales como el filial del Sporting, entre otros. Su gran actuación ante el B no pasó desapercibida en las oficinas de Gijón, que consiguieron su contratación en noviembre de 1968.
Llegada al Sporting
Un año después, ayudó con 21 goles a que su equipo ascendiese a Primera División, convirtiéndose en el máximo goleador de la categoría. Su irrefutable progreso como futbolista se vio premiado en octubre de 1970 de la mano de Ladislao Kubala. El entonces seleccionador español le dio la oportunidad de debutar con la selección en La Romareda sustituyendo a Gárate. En aquel partido, el combinado español derrotó por 2-1 a Grecia. Dos años después, un choque con George Best ante Irlanda del Norte le provocó una fractura del pómulo que le hizo perderse la temporada 1972/1973.
Cual ave Fénix, el Brujo resurgió para salvar a su Sporting del descenso en la 73/74 con 20 goles, logrando el primero de los cinco Trofeos Pichichi que consiguió en la máxima categoría a lo largo de su carrera. Dos años después repitió la hazaña. No obstante, esta vez sus 21 dianas no fueron suficientes para evitar el descenso. Es por ello por lo que equipos como el FC Barcelona comenzaron a interesarse en su contratación.
Sin embargo, el club asturiano no estaba dispuesto a dejar marchar a su futbolista más importante, aprovechando el llamado derecho de retención. Debido a ello, su fichaje por el club azulgrana no termino por fraguarse hasta la temporada 1980/1981. No por ello ni su compromiso ni su amor hacia el Sporting se vio afectado. Una temporada después de su descenso, los rojiblancos volvieron a la Primera División gracias en gran parte a los 26 goles de “Pichichi” Castro, premio que repetiría por cuarta vez (segunda en la máxima categoría) en la última campaña de su primera etapa en El Molinón, con 24 goles. El Brujo siempre insistió en que amaba al Sporting, pero en Barcelona podría conseguir los títulos que no podría alcanzar con ellos.
Fichaje por el Barça y el secuestro
A razón de 82 millones de pesetas, Quini cambió la rojiblanca por la blaugrana una vez llegado a la treintena de edad, con la que ganó otros dos trofeos Pichichi más en sus primeras dos temporadas, además de dos Copas del Rey (la primera en 1981, ante su Sporting en la final), una Recopa, una Copa de la Liga y una Supercopa de España, coincidiendo además con leyendas como Bern Schuster, Lobo Carrasco o Maradona. Pero sin ninguna duda, el pasaje que más se recordará siempre de su aventura barcelonista sucedió en marzo de 1981.
Era el primer día de mes. Después de que finalizase un partido en el que su equipo ganó por 6-0 al Hércules, Enrique Castro fue secuestrado. Dos tipos se habían llevado en su auto al goleador asturiano, pidiendo una enorme cantidad de dinero por su liberación. Comenzaba así un infierno que mantuvo en vilo a todo un país, especialmente a sus familiares y compañeros. El FC Barcelona, que se postulaba como serio candidato al título liguero, vio caer de forma desproporcionada sus registros, consiguiendo uno de los doce próximos puntos posibles. La plantilla se vio muy afectada por la desaparición de su compañero y amigo. Veinticinco días después, luego de obtener la información pertinente, la policía logró acceder al lugar donde se encontraba Quini, un zulo situado en un taller mecánico de Zaragoza.
Tras conocer la noticia, miles de personas pusieron fin a una angustia que se había prolongado demasiado. Quini estaba sano y salvo. Además, en un acto no fruto de su posible aturdimiento debido al cansancio, sino de la bondad que le caracterizaba, pidió indulgencia para los secuestradores. Diez meses después, en enero de 1982 grabó su nombre en la historia del FC Barcelona tras marcar el gol número 3000 del equipo catalán en LaLiga.
Vuelta a casa
Al término de la temporada 1983/1984 y con 34 años concluyó su etapa en el Camp Nou. Tras un pequeño periodo en el retiro, decidió volver a casa para vestirse nuevamente la rojiblanca. Tres temporadas después en las que consiguió 17 goles, puso el definitivo punto y final a su trayectoria como futbolista en 1987. Sin embargo, hasta el último de sus días estuvo ligado al equipo.
Quedaba para el recuerdo un delantero de época, que destacó por su talento innato para el gol y su astucia para ello en el área. Como él decía, siempre sabía estar en el lugar oportuno para anotar, lo que le hizo ganar la friolera de cinco trofeos Pichichi en Primera División y otros dos en Segunda División. A nivel de selecciones, internacional en 35 ocasiones, participó en los Mundiales de 1978 y 1982, y en la Eurocopa de 1980. Además, es aún a día de hoy el octavo máximo goleador de LaLiga, con 219 goles.
Un nueve como futbolista, pero un diez como ser humano. Quienes más le conocieron insisten en que la humildad y bondad del Brujo estaban muy por encima de sus capacidades con el esférico, lo que le hizo ganarse el corazón de todo un país. Un corazón que dejó de palpitar el 27 de febrero del 2018, dejando huérfana a toda una parroquia que le abrió sus puertas y le hizo el mejor de los homenajes rebautizándola bajo el nombre El Molinón-Enrique Castro Quini.
La imagen de la afición llenando el estadio para despedir a su leyenda tras su fallecimiento es una de las estampas más bellas y emocionantes nunca vistas en un estadio de fútbol. Además, ayudó a que el planeta entendiese lo que significa ser del Sporting. Más que una afición, son una familia. Aunque en ocasiones se ve en la obligación de regañarle, no por ello dejan de dar la vida si hiciese falta por su equipo, ni que tampoco nadie se atreva a pisotearlo.
Para ellos, Quini se convirtió en el segundo escudo del Sporting, por lo que el dolor y vacío que dejó en ellos su pérdida aún persiste. Sin embargo, no por ello se ha de olvidar su legado. Al igual que el sentimiento por este centenario club se sigue transmitiendo de padres y madres a hijos e hijas, el recuerdo del Brujo no se ha dejado ni se dejará jamás de trasladar de generación en generación en El Molinón, donde pasarán los años y nunca dejará de resonar “ahora, ahora, ahora Quini, ahora”.