Uno de los partidos más famosos y reconocibles de la historia tuvo lugar en Berna, Suiza, en la final de la Copa Mundial de 1954.
Julio de 1954. Tocaba jugar la final de un Mundial cuatro años después de la anterior, dieciséis años después de la penúltima. La II Guerra Mundial paró el fútbol así como el Mundial, siendo este disputado por última vez en 1938 hasta que en 1950 se reanudó. Hasta entonces solo Uruguay (1930 y 1950) e Italia (1934 y 1938) se habían coronado reyes del mundo, pero aquel año el bipartidismo acabaría. A pesar de que para muchos pueda parecer increíble, por prejuicios y por historia, en aquel partido sí que saltó la sorpresa.
Para entonces Hungría era potencia mundial. Futbolísticamente hablando, los húngaros eran dominadores claros en Europa y quizás también en el mundo, como ya demostraron en la competición. Pero a pesar de ser muy superiores en juego no lograron ni un sólo título, aún estando muy cerca de lograrlo. A aquella generación se la llamaba ‘El equipo de oro’. Comandados por el mítico jugador del Real Madrid, Ferenc Puskas, los Zoltan Czibor, Kocsis, Nándor Hidegkuti, Szusza, Bozsik y Gyula Grosics lograron varios hitos aún insuperables por ningún combinado nacional, como los 27 goles anotados en una sola Copa Mundial. Además, se mantuvieron invictos durante 32 partidos, hasta que los alemanes cortaron su racha.
Por su parte, Alemania Federal llegaba después de atravesar el capítulo más oscuro de su existencia. Era su primer campeonato mundial después de la Alemania nazi, y no llegaban en absoluto como favoritos a llevarse el título con ellos desde Suiza. Hasta entonces el balance entre húngaros y alemanes era el siguiente: 8 victorias para el bando húngaro, 6 empates y 5 victorias para los alemanes. Por lo tanto, teniendo en cuenta los antecedentes y el momento de forma de ambos equipos, parecía que Hungría se llevaría por delante a su rival y se haría con su primer título.
El partido se desarrolló un 4 de julio del año 1954 en el Wankdorfstadion de Berna ante 60.000 espectadores. Y las cosas no empezaron nada bien para los alemanes. Apenas empezó el encuentro cuando Puskas ya había introducido el balón en la red para abrir el marcador. Tras un rebote en la defensa le quedó el balón franco, por lo que sólo tuvo que fusilar a Toni Turek. El segundo llegaría solo dos minutos después, tras uno de los errores más vergonzosos de siempre: cuando parecía que el portero alemán tenía a salvo el balón de repente lo soltó, por lo que Czibor sólo tuvo que recogerlo y marcar a placer. El partido estaba encarrilado, pero algo cambió en la cabeza alemana.
Nada más ponerse 2-0 abajo algo los poseyó, y a partir del minuto 10 fueron un vendaval. Quizás fueron las ganas de demostrar al mundo entero que Alemania no era tan mala como ellos pensaban. En el décimo minuto fue Max Morlock quien tras una buena jugada colectiva empujó el balón para dentro y puso al equipo a sólo un gol de igualar la contienda. Ese gol llegaría 8 minutos más tarde, con un buen remate en el segundo palo de Helmut Rahn a la salida de un córner. El partido estaba en 2-2, y el público disfrutaba de lo lindo.
En el segundo tiempo Hungría reaccionaría al mal momento, pero se encontró con un muro llamado Toni Turek, que tras el fallo se resarció de sus cenizas para salvar al equipo. Sus paradas transmitieron la fuerza a la delantera, y el propio Rahn anotó el tercero, el de la victoria, en el 84’ en un balón que recogió en la frontal para posteriormente recortar a un defensa y alojar el balón en la portería de un buen zapatazo. Puskas empataría el encuentro más tarde, pero su gol fue polémicamente anulado por fuera de lugar.
Aquella tarde del verano de 1954 Alemania se hizo con la primera de sus cuatro Copas Mundiales, en un auténtico partidazo que sería bautizado para la posteridad como ‘El milagro de Berna’.
