Dos estilos contrapuestos se vieron las caras en Barcelona para decidir el devenir de la competición
5 de julio de 1982, Copa Mundial de España. Tras la dictadura de Francisco Franco en el país ibérico, surgió la idea de acoger el Mundial con la intención de tapar las grietas que había dejado el mandato. Apenas 7 años después de la muerte del ‘caudillo’, España se hizo cargo de albergar el mayor evento futbolístico posible, con un éxito rotundo. Aquel fue el Mundial de Naranjito, la simpática mascota de la Copa, así como el del renacimiento italiano.
Brasil era posiblemente la favorita para llevarse a casa el torneo, ya que venían de ganar sus 4 partidos anteriores al Mundial y todo el mundo reconocía su atractivo juego ofensivo. El ‘jogo bonito’ típico brasileño. Había alguna que otra duda en torno a la selección italiana. En la primera ronda del torneo empataron sus 3 partidos, avanzando a la siguiente fase gracias a la diferencia de goles.
En la segunda fase fueron encuadradas Brasil, Italia y Argentina, el grupo de la muerte de la segunda fase. La canarinha y la azzurra ganaron por 3-1 y 2-1 respectivamente a Argentina, dejándola sin opciones y teniendo que decidirse la clasificación entre ellas. El Estadio de Sarriá de Barcelona contempló aquel día, ante la mirada de más de 44.000 almas en el estadio, un auténtico partidazo.
Primera mitad
Los primeros instantes fueron para el bando italiano que sacó con calma el balón desde atrás y encadenó buenas combinaciones en el centro del campo. Tan solo habían pasado 5 minutos de reloj desde el pitido inicial cuando Cabrini se inventó un gran centro desde la izquierda para que Paolo Rossi rematara en el segundo palo de cabeza y pusiese el 0-1. El propio Paolo pasaba por un momento difícil: había sido suspendido durante dos años por un caso de corrupción, y apenas dos meses antes de la iniciación del torneo volvió a la ‘squadra’. Tampoco pasaba por un gran momento goleador, por lo que aquello supuso su reivindicación.
La respuesta carioca no se hizo de rogar, y tan solo a los 5 minutos de encajar el primer gol Serginho avisó a Dino Zoff con un grave fallo que no entró de milagro. A los 12 minutos de juego, Zico se inventó un gran regate en una baldosa para luego meter un pase en profundidad con el exterior de su bota a Sócrates, que definió a la perfección al palo corto para empatar. El verdadero juego de Brasil empezaba a asomar.
Italia también mostró su identidad, defendiendo muy fuerte en su campo, pero la facilidad con la que la canarinha rompía las líneas mediante pases era pasmosa. Finalmente Brasil pecó de inocencia, y un mal pase de Cerezo fue aprovechado de nuevo por Rossi, que se hizo con la pelota y fusiló a Peres para poner el 1-2 en el 25’. Con este resultado terminó la primera parte del encuentro, no sin antes ver a Zoff realizar una gran parada a Sócrates y que Collovati (zaguero) se lesionase, entrando en su lugar Bergomi.
Segundo tiempo
La actitud de los combinados no varió en el segundo tiempo. Quizás Italia estuvo más atrevida en ataque, cogió una gran confianza en el descanso. Prueba de esto fue que ninguna de las dos defensas fue capaz de sujetar los continuos ataques rivales, y el partido se convirtió en un bombardeo de área a área.
Con toda la locura e incontinencia defensiva, hubo ocasiones de todo tipo, aunque son de destacar el fallo de Rossi cuando se plantaba ante el portero brasileño y el balón que Cerezo mandó al palo corto de Zoff. Se había roto el partido, y en el 68’ Falcao perforó el muro transalpino con un potente zurdazo desde la media luna del área. Estaban 2-2, pero se notaba que Brasil era inferior y que su ego los había condenado. Antes del partido, e incluso del torneo, pintaban como favoritos, pero se vieron claramente superados.
Muestra de ello fue la pasividad con la que defendieron el córner que los enterró. En el 74’ despejaron mal un saque de esquina, en el borde del área estaba Tardelli para rematarlo, y después de pasar al lado de una infinidad de piernas que ni se molestaron en patear el balón Rossi volvió a anotar a bocajarro. Hat-trick de un jugador que hacía dos meses estaba condenado por su propio país, pero que acabó demostrando que seguía ahí, al pie del cañón.
Los minutos finales fueron más locos aún. Se anuló un gol por cada bando, primero a Sócrates y después a Antognoni, ambos por fuera de lugar. El partido murió encima de la línea del arco italiano, cuando Zoff atajó un cabezazo de Oscar que de haber entrado hubiese mandado a la azzurra al avión de vuelta.
Tercer Mundial, pero el más especial
Unos días más tarde Italia se consagró como tricampeona mundial ante Alemania en una gran final, no sin antes superar la solidez defensiva de Polonia. Fue la estrella más especial y significativa de la camiseta azzurra, seguramente porque nadie, ni siquiera el pueblo italiano, se esperaba bordarla en su camiseta.