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No es tan fácil ser de los grandes

Tras una nueva victoria épica del Barça, vuelve la vieja falacia de que no ganaron por méritos propios, sino porque el rival no estuvo a la altura

El Barcelona se ha plantado en la final de la Copa del Rey después de remar contracorriente durante todo el campeonato. Prórrogas y goles en los últimos minutos han sido la tónica general de los culés ante equipos como Cornellá, Rayo Vallecano, Granada y, ayer, Sevilla. Una vez más se recurre a la misma falacia de siempre cuando Madrid o Barça ganan en una cita importante o cuando remontan una eliminatoria. Sus victorias nunca son merecidas, siempre están «manchadas» por algo. Suerte, polémica o débil adversario son algunos de los argumentos en los que se sostienen los defensores de esta postura impulsada por la envidia.

Ayer el Barcelona logró endosarle un 3-0 al Sevilla para remontar la ventaja de dos goles que los de Nervión acumularon en la ida. Pocos han reconocido la gesta. Una vez más, el Barça gana porque el rival ha sido demasiado temeroso en el planteamiento del partido. El hecho de reconocer que los de Koeman completaron un partido espléndido y que pusieron toda la garra necesaria es una tarea complicada para más de uno. Y es que la clasificación a la final muchos la reducen a «qué mal ha planteado el partido el Sevilla».

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No sorprende. Cuando el que gana es el Madrid la opinión es la misma. Los de Zidane se mantuvieron invictos en la liga pasada tras el confinamiento, lo que les llevó a levantar el título. Pero al Madrid tampoco se le aplaude. «Ha ganado, sí, pero…» Siempre hay un pero. Cuando ganaban sin VAR era porque no había VAR, cuando sí que hay VAR es porque se usa mal y a favor de los que van de blanco. Cuando ganan por la mínima, no lo han merecido; y cuando ganan por goleada, «qué mal ha jugado el rival del Madrid».

Cuando el conjunto merengue era el equipo a batir en toda Europa, eran culés en su mayoría los que criticaban y echaban nubes de polvo en sus victorias. La flor de Zizou, la suerte de los goles de Ramos en el descuento y los árbitros. Al final, el Madrid era el que jugaba muy mal y el que ganaba sin merecerlo gracias a estos tres factores mencionados. Debe ser la fórmula secreta para lograr tres Champions seguidas.

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Casualidades del destino, ahora en gran parte son madridistas los que critican las victorias del Barça. El Barcelona había eliminando a base de prórrogas y goles agónicos a los «todopoderosos» Cornellá, Rayo y Granada. Con el partido de ida en el Pizjuán, los defensores del discurso de «verás cuando se enfrenten a un rival de verdad» ya se frotaban las manos. Resulta que el Barça remontó ante un equipo que sigue vivo en Champions, el Sevilla. Y casualidad o no, resulta que no ganaron por méritos propios, sino que ganaron porque «el rival les dejó la eliminatoria en bandeja«.

La conclusión es que esto es fútbol. Un deporte maravilloso en el que hasta el rival menos esperado te puede poner en aprietos. En el que los goles agónicos son una de las cosas más bonitas y, a la vez, más crueles. Un deporte en el que los grandes siempre van a ser los antagonistas de la película. Madrid y Barça siempre se van a intentar desprestigiar entre ellos y siempre se van a sumar los aficionados del resto de equipos. Ambos son los malos de la historia. De vez en cuando hay que dejar el orgullo a un lado y aplaudir las hazañas del rival cuando se lo merece.

Hay una frase que condena a la envidia que impulsa esta dichosa falacia: la caída de un grande es la alegría de los mediocres.

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