El 16 de mayo del 2001 se vivió una de las mejores finales en la historia del fútbol. Hoy os contamos cómo fue.
La UEFA Europa League es una competición sumamente infravalorada. Por naturaleza, es la Champions League la que se lleva todos los elogios, quedando esta otra en segundo plano. Aún así reúne a muchos de los mejores equipos del mundo, así como el conjunto inglés, tercer club más laureado de la Copa de Europa (6). Aquel día fueron los ‘reds’ los que se llevaron la gloria, no si antes pelear contra un durísimo Alavés.
Mayo de 2001. Probablemente muchos conozcamos este partido, aunque no todos lo habrán visto. Se trata de uno de los mejores partidos de la historia nivel de clubes, ya que se tuvo que resolver en la prórroga con un resultado abultadísimo. El Westfalenstadion o Signal Iduna Park (estadio del Borussia Dortmund) fue el encargado de acoger el partido.
Para la temporada 2000-2001 ‘el Glorioso’ aún no había clasificado jamás a ninguna competición europea. Aquel fue su estreno. Por su parte, el Liverpool ya contaba con 4 Copas de Europa y 2 Ligas de Europa (como anteriormente se llamaba la Europa League). Una diferencia de experiencia que apenas se notó en el partido.
El partido comenzó con bastante intensidad. Se vieron las intenciones de los ingleses desde el principio: no complicarse en la salida de balón para aprovechar lo que cayera arriba. Precisamente una acción así propició la falta de la que nacería el primer tanto, con sólo 4 minutos de juego. El escocés Gary McAllister fue el encargado de botarla, y Markus Babbel la introdujo de un cabezazo al fondo de las mayas.
La respuesta vasca no se hizo de rogar, y Téllez con un gran lanzamiento de falta metía el miedo en el cuerpo a los de Gérard Houllier. Sin embargo, sería el Liverpool el que marcaría el segundo tanto para alejarse. Tras un error en la salida de balón, Owen daría un gran pase al espacio para que Gerrard fusilara a placer. Minuto 16 y 2-0.
El Alavés necesitaba un cambio. Los 5 defensas con 4 centrocampistas delante condicionaban obviamente su capacidad de generar y anotar, por lo que en el minuto 22 Dan Eggen salía de cambio por Iván Alonso, para acompañar arriba a Javi Moreno. José Manuel Esnal tuvo que tomar aquella decisión si realmente quería ganar la final, por muy pronto que fuese, y la apuesta le salió a pedir de boca. El propio Iván Alonso anotaría para acortar diferencias 5 minutos después de salir, de un gran cabezazo a centro del rumano Cosmin Contra.
El partido se volvía loco por momentos. Los aficionados disfrutaban del partido por muchos nervios que tuviesen por si su equipo ganaba o no. Aquello era fútbol en estado puro, imposible no disfrutarlo. Era un continuo ida y vuelta por parte de ambos, y en el 41’ de una mala salida del arquero babazorro vendría el penalti que pondría el 3-1 antes del descanso. McAllister fue quien lo materializó.
No se sabe que ocurrió en los vestuarios, pero el guión de la segunda mitad fue exactamente el mismo… aunque cambiando los roles. Nada más salir del túnel los vitorianos anotaron por medio de Javi Moreno, que cabeceó de nuevo un brutal centro de Contra, que estaba haciendo un partidazo. El propio Moreno fue el autor del empate en el 51’ con un golazo de falta pasando el balón por debajo de la barrera. Un gol al alcance de muy pocos. No había pasado ni una hora de juego, pero el marcador ya estaba en 3-3.
Ya en el 73’, con el partido totalmente descontrolado, Robbie Fowler que había entrado apenas 10 minutos antes al juego pondría el 4-3. El encuentro parecía muerto. Ambos equipos tenían ocasiones pero el Alavés, el más necesitado, no encontraba la portería. Pero en el 89’ algo realmente épico ocurrió. Con el estadio cantando el “You’ll never walk alone” el balón llega a los pies de Magno Mocelin que sería derribado por Westerveld. Ante la posibilidad de que un penalti bastante claro fuese pitado el estadio entero enmudeció, pero el colegiado concedería córner. Ahora sí, en el saque de esquina Jordi Cruyff conectaría la cabeza con el balón para hacer el 4-4 definitivo, para premiar el escandaloso esfuerzo de los suyos.
Aquella final no la ganó el Alavés. La ganó un Liverpool salvado en el 116’ por su propio rival. Delfí Geli anotó en su propia portería probando de la propia medicina del club vasco. Anotaron tres de sus cuatro goles de cabeza en ese partido, pero el último testarazo entró en la portería equivocada. Así se dio fin a una de las temporadas más gloriosas del Alavés, la de su gran estreno en Europa.