Todo aquello que, de alguna manera se considera arte, está relacionado entre sí, como la música y el fútbol.
Uno de los mayores defensores de esto fue el histórico cantante Bob Marley, quien siempre defendió que amaba tanto su música como las tardes jugando al fútbol en su natal Jamaica. Otro caso es el de Plácido Domingo, conocido músico de opera que unió el deporte con la música, componiendo y dando voz al himno de su Real Madrid.
En una gran orquesta, siempre hay una voz cantante. Aquel que, aunque no queramos, llama la atención sobre el resto. Aquel que hace arte. No lo intenta, no busca sobresalir sobre los demás, pero innegablemente lo hace. Su influencia es tal que acaba haciendo dar lo mejor de sí al resto de compañeros.
Son aquellos que llamamos estrellas en el fútbol. Sabemos perfectamente que un futbolista top sin aquellos que le rodean, jugando un partido completamente solo, no sería capaz de rendir igual, pero es la estrella de la orquesta. Aquel del que todos hablamos al terminar el partido, que te deja pensando al salir del concierto, y que no comprendes como no llamó la atención antes.
Ese tipo de jugadores te hacen ver el deporte de diferente manera, empiezas a apreciar otras cosas, otros detalles que no veías antes. Es casi anecdótico el hecho de que esa estrella, que es capaz de brillar más que los demás, con el paso del tiempo deje ver el brillo que los otros antes no tenían, y han luchado por desarrollar. Ese afán de competición del niño que acaba de empezar en el conservatorio y aprende de sus referentes, el recoge pelotas que puede serlo en un partido profesional. Ese brillo en los ojos que pocas veces se repite.
Cuando llega el domingo y cien personas vais al estadio sabes perfectamente que la mitad de ellas lo hacen solo por verlo a él. Te acabas acostumbrando. Cuando en el auditorio ves a 700 personas, sabes que la mitad de ellas lo hacen por ver a él tocar. Aunque sepamos que no admiran la armonía que los demás forman para “liberarle”.
Aunque todo esto es muy bonito, pues nos hace recordar porque disfrutamos el arte, nos recuerda a su vez que todo intérprete tuvo un maestro. Todo jugador tuvo un mentor. Un trabajo que con el esfuerzo de los más jóvenes acaba por perfeccionarse pero, también depende de su entrenador. Ese entrenador que, sea el primero o no, empieza a darte oportunidades, te otorga la confianza, sabe que tú vas a ser tu estrella. Ese mismo director de orquesta que elige esta partitura por ti, porque es la mejor para que tú brilles. Sabe que es tu oportunidad de triunfar.
Por inercia, desde el principio todos conocemos a esa estrella, que desde el minuto 1 aprovecha la confianza e impone su presencia. Demanda a base de rendimiento tener esa importancia que hasta hace poco no tenía.
Lo bueno de esto es que, con ese fulgor apagado, llega la oportunidad a otros, que simplemente aprovechan la oportunidad para reclamar lo que es suyo y además, aumentar esa cantidad. Tanto es así que el fulgor de la estrella va cambiando a lo largo del tiempo, hasta que llega a aquel que ya brilló, y que apaga así por completo la luz. Así comienza el nuevo ciclo.