Argentina se ha quedado a nada de clasificar, pero la victoria de Camerún sobre Nueva Zelanda les han dejado sin opciones.
Detrás de este Mundial ha habido mucho trabajo preparatorio de la mano de Carlos Borrello, artífice de que Vanina Correa pueda estar bajo los palos de su Selección.
Tras una mala experiencia en los Juegos Olímpicos de Pekín en 2008 y con una Argentina sin apenas apoyo en el fútbol femenino, Vanina decidió dejar los guantes tanto de la Selección como de su club, el Renato Cesarini. Hasta ese momento, ya era una experimentada guardameta que había debutado en el año 2000 a los 16 años con el Rosario Central y en 2003 con Argentina. Pasó por varios equipos durante sus años siendo portera, como el Boca Juniors en dos ocasiones y el Banfield.
Fuente: Mundo Deportivo
Fue en 2009, un año después del Mundial, que decidió abandonar su carrera futbolística. Pese a su reconocimiento como portera, habiendo participado en dos mundiales, donde sufrió duras goleadas, y en otros torneos internacionales, se dedicó a trabajar de cajera en un supermercado. Tras cuatro años con su empleo, en 2014 fue madre de mellizos. Tras su experiencia con la maternidad, se volvió a vestir de corto, y llegó otra vez a Rosario Central. Tras una temporada en ese equipo, se incorporó al Social Lux, donde durante dos campañas volvió a llamar la atención de Borrello. El seleccionador pidió su vuelta a la albiceleste, y así fue como disputó la Copa Amercia de 2018 siendo titular y con argentina acabando en tercera posición. Además retornó a Rosario Central.
Su gran torneo, valió para que volviera a representar a Argentina en un Mundial, donde realizó grandes encuentros siendo una de las mejores guardametas de la fase de grupos, y siendo elegida como la mejor jugadora en uno de los tres partidos disputados. De hecho fue ante Inglaterra, donde pese a la derrota, dejó a todos sorprendidos parando un penalti, además de muchas ocasiones.
En fin, la curiosa historia de Vanina nos da un ejemplo de superación y esfuerzo en el fútbol, y nos demuestra que el fútbol femenino es un deporte trepidante y con muchas emociones.