La pandemia del COVID-19 le sigue arrebatando al fútbol uno de sus factores más importantes, los aficionados
El fútbol regresó en junio después de un insoportable parón que duró más de tres meses. Un parón completamente necesario provocado por esta dichosa pandemia que tanto nos está arrebatando. El deporte rey volvió a aparecer en nuestras pantallas y solo en nuestras pantallas, ya que algo tan cotidiano como ir a ver a tu equipo al estadio se había convertido en una utopía. Y así sigue siendo a día de hoy.
En muchas ligas, incluida la nuestra, no entra ni un solo aficionado a ocupar su asiento. Cada estadio tiene su corazón, un corazón que se llenaba cada día de partido de miles de aficionados que solo querían animar y empujar al equipo de sus amores hacia la victoria. Hoy, los estadios están vacíos y sus corazones también.
La pasión de las gradas ha desaparecido. En su lugar se encuentra el silencio. Un silencio roto únicamente por la megafonía, el golpeo del balón, los gritos de los jugadores y los ánimos de los que se encuentran en el banquillo. Algunos dicen que este es el fútbol en estado puro, el que permite vivirlo desde dentro. Son esos que se autoconvencen con un “no está tan mal”, pero que en el fondo están deseando sacar sus bufandas del cajón para volver a agitarlas en su coliseo.
Atrás han quedado momentos como la locura de un gol en el 90 que le daba los tres puntos al equipo local, los gritos de indignación por una falta no señalada, los “uy…” al unísono de las ocasiones que se marchan rozando el palo o la magia de un estadio abarrotado cantando el himno de su equipo a capella. Son pequeños detalles que pueden marcar la diferencia en un partido y que no sabes que los tienes hasta que los pierdes.
Volvió el fútbol, sí. Pero volvió un fútbol descafeinado que nos deja a todos con esa sensación de que algo falta. Suena el pitido del árbitro para iniciar el encuentro. Todos los aficionados en sus casas. Estadios vacíos, corazones vacíos.