Después del Mundial de México ’70, la tan preciada copa fue robada por unos desalmados y dejó a Brasil en estado de shock
Hace ya unos pocos años los brasileños lloraron por el robo de la Copa del Mundo. Para muchos en el país, el Mundial de México ’70 fue toda una salvación. Se trata del último Mundial que jugó Pelé y de una de las mejores Copas del Mundo.
Sin embargo, aquel trofeo que era tan especial para toda una nación lo acabaron robando. La Copa Jules Rimet la fundieron y la convirtieron en unos míseros lingotes de oro. Esto mismo dejó una huella difícil de borrar, pues hasta los ladrones veían en la Copa algo sagrado.
En un país como Brasil, que antes de la llegada del fútbol era totalmente secundario, esto era un sacrilegio. El mismo ‘O Rei’ Pelé se había convertido en símbolo total de la nación y para cualquiera robarle su trofeo era algo impensable.
Pero la situación fue muy distinta, el 3 de diciembre de 1983 la Copa desapareció para siempre. Una banda de ladrones brasileños, a los cuales pareció no importarles demasiado lo sagrado que era el trofeo, se llevaron el premio de su caja blindada.
Cabe destacar que la Copa no estaba muy bien resguardada. Por un lado, la vitrina era de vidrio blindado, pero la parte trasera era de madera. Por lo tanto, los ladrones no tuvieron demasiadas complicaciones para sustraer el trofeo.
De esta forma, dos hombres entraron armados, redujeron a los guardias y con una simple palanca se llevaron la Copa Jules Rimet. No obstante, pese a que los ladrones eran brasileños, el que terminó de acabar con la Copa fue un argentino.
El nombre de aquel personaje era Juan Hernández, el hombre que acabó con la ilusión de todo un país. De hecho, Murillo Bernardes, a sus 87 años, se dedicó a investigar el robo. Después de 38 años del robo ha narrado sus propias vivencias de aquello.
Él mismo comentó que en un principio no había apenas pistas, hasta que contactaron con un ladrón de renombre en Brasil que se llamaba Antonio Setta. Este último dijo que no había tenido nada que ver con el robo, pero que un tal Antonio Pereira Alves se lo encomendó primero.
En ese momento era cuestión de tiempo sacar a la luz los hechos. Precisamente, uno de los primeros sospechosos fue Juan Hernández, el tan afamado joyero de Río de Janeiro. De hecho, según la policía de Brasil, los supuestos ladrones eran José Luiz Vieira y Francisco Rocha.
Ellos mismos acabaron delatando a Hernández. Así pues Murillo y los suyos lo capturaron. Como el propio Murillo comenta, lo interrogó por varias horas, pero el argentino no se delataba.
Fue en ese momento cuando Murillo decidió hacerle un comentario desde lo más profundo de su corazón lleno de rabia. Le dijo que para todos los brasileños había sido una bofetada que un argentino les robara la Copa del Mundo. Del rostro de Hernández solo salió una sonrisa, y ahí fue cuando Murillo supo que había sido él.
Lo curioso de todo esto es que la Copa sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial en una caja de zapatos, pero no en una vitrina. Es entonces cuando a Murillo se le escapa una sonrisa, pero Hernández fue condenado en 1984 por la desaparición del trofeo.
Al final, tras este robo, a la Federación Brasileña de Fútbol le costó unos 300.000 dólares hacer una réplica de la copa. A partir de entonces Brasil empezó a recuperarse del golpe.
De lo que no cabe ninguna duda es que para Brasil esto fue un golpe muy bajo. Para un pueblo como el brasileño, aquella copa era algo más que un simple trofeo. Sin embargo, unos desalmados no tuvieron ningún respeto por ella y la Copa del Mundo desapareció entre las tinieblas para siempre.
