Desde que tomó el relevo de Markel Susaeta por el brazalete de capitán, el navarro está más comprometido que nunca con el equipo.
Ha vuelto. Ha vuelto a sorprender al mundo un jugador distinto a todos los demás, un tanto anacrónico en el fútbol de hoy en día, y una habilidad innata. Muy distinto a lo visto a lo largo de la historia del Athletic Club, pero a la vez fundamental e insustituible en los esquemas de los últimos diez años, desde su debut el 30 de julio del 2009 en una previa de Europa League ante el Young Boys suizo.
Por razones tácticas, Gaizka Garitano está apostando por situarle en el costado derecho de tres cuartos de ataque. Esta posición le ha impedido durante los primeros encuentros de la temporada brillar y desempeñar el juego que le hace distinto a cualquier otro jugador del equipo. No obstante, su papel en este sistema, caracterizado por la presión y el rigor defensivo que ha convertido a estas alturas de la temporada a su equipo en el menos goleado de la liga (junto al Atlético de Madrid, con ocho), a pesar de sus características, es innegable y digno de reconocimiento.
Por otra parte, si la cabra tira al monte, el león no iba a ser menos, y más en San Mamés. Ejemplo de ello han sido sus dos últimos encuentros en La Catedral, en los que ha sido fundamental para que su equipo lograra un seis de seis, ayudando con tres goles (y medio, ya que un tiro suyo provocó el 3-0 en propia meta del Espanyol). Todas estas acciones tuvieron un denominador común.
26 años, 1,68 m y 63 kg, pero como dijo una vez Xavi Hernández, “la velocidad del cerebro es más importante que la de las piernas”, y en esa faceta, el capitán rojiblanco es el mejor. Solo él tiene la capacidad de adentrarse en el cuadrilátero rival y, ante rivales físicamente superiores, sorprender y hacer oro de un balón dividido. Cabe destacar su gol al Levante, que supuso el 1-1 en un momento muy delicado para su equipo.
Siendo, como decía previamente, uno de los jugadores con menor estatura de la categoría, fue capaz de ganar un balón aéreo en el segundo palo para darle la vuelta a un partido que empezó brillantemente su equipo, pero que a partir del gol psicológico levantinista en el 45’ entró en caída libre. Nadie se lo explicaba. Era un centro casi a la desesperada, sin peligro aparente, pero llegó él.
Aún así, no solo hay que valorar los goles. Sin ir más lejos, el cambio de piezas del técnico vasco el pasado domingo, colocando a Williams en la derecha y Raúl García en punta, dio cabida a que el capitán rojiblanco pudiese desempeñarse donde más disfruta, y a la vez más dañino es para el contrincante.
La hinchada le quiere como a un hijo. Lleva diez años viéndole domingo tras domingo, a veces a un nivel mayor o menor, pero nunca claudicando. Sus 398 apariciones representando el escudo desde su primer día de la mano de Joaquín Caparrós le hacen situarse como el decimoséptimo jugador con más partidos oficiales en el Athletic. Incluso podría alcanzar a Urzaiz (419) en el duodécimo escalón esta misma temporada si las lesiones, esta vez, sí le respetan, puesto a que cada una de sus rodillas ya sabe lo que es romperse el ligamento anterior cruzado. Primero la izquierda en 2015, y después la derecha en 2017.
Aunque esto supuso un frenazo demasiado extenso en su carrera, y muchos temieron lo peor, la garra y la fuerza de alguien que llegó a Lezama con doce años y conoce al milímetro los valores del Athletic no se rindió, y volvió rugiendo hasta convertirse en el rey león, capaz de levantar él solo a 53 000 almas.