Fútbol, Pasión. Dos palabras que se complementan como anillo al dedo. Una no puede vivir sin la otra, porque ¿qué sería del fútbol sin pasión? Calles disfrazadas de bufanda, cimientos que tiemblan en los estadios, cielos cubiertos por humo de bengala y tormentas silenciadas por cánticos que no cesan. Un escenario con el que cualquier aficionado soñaría tener cada fin de semana. ¿Qué más se podría pedir? Únicamente, que ese afán por formar parte de un espectáculo de tal magnitud no se esfumase en los momentos que un equipo más lo necesite.
Cuando los equipos están de capa caída, cuando los resultados no aparecen y las cosas no acaban de carburar, cuando se sumergen en profundas crisis y juegan el peor fútbol que uno se pueda imaginar, es cuando más necesitan de nuestro aliento. Son en esos momentos donde los grandes aficionados, los más fieles a un club, se hacen notar y se hacen ver orgullosos de su equipo, mientras que los aficionados de pega se toman unas vacaciones en otro club o se esconden en la cueva. Los hay también que sistemáticamente, se aficionan a un equipo en base a su vitrina de trofeos, cosa que me entristece, ya que no hay mayor regalo que el tener la oportunidad de vivir junto a tu ciudad los buenos y malos momentos del equipo de tu tierra. Los malos momentos se viven con mucha amargura sí, pero los buenos, tienen tres veces mejor sabor.
No obstante, esto no parece convencer a la juventud de hoy en día ya que, cada vez son más los que obvian al equipo de sus orígenes y optan por entrar al ya “sobrepoblado” grupo de aficionados merengues y blaugranas. Es muy sencillo elegir galopar en el caballo ganador, a la vez que insatisfactorio, y es que cuando hablamos de fútbol, hablamos de algo más que un deporte, de una pasión que compartimos con los de nuestro alrededor, como si de una familia se tratase.
De alguna manera en España, el aficionado tiende a desentenderse cuando la cosa pinta fea, o peor aún, a ponerse en contra. Nos encanta criticar e insultar lo que no nos gusta, en vez de arrimar el hombro e intentar mejorarlo. Como si de una competición se tratase, nos sentamos en la butaca esperando la oportunidad para lanzar el primer silbido, seguido de otro, y de otro… Es como si nuestra satisfacción dependiese únicamente del marcador, olvidándonos de lo más importante, que es disfrutar de este maravilloso deporte. Pero sobretodo, debemos disfrutar y compartir esta pasión con el de al lado, mientras reímos y cantamos, restándole valor al resultado final.
Que envidia y cuánto tenemos que aprender de los ingleses… Un país en el que el equipo es como la nacionalidad, no se puede cambiar. Un lugar en el que se apoya al club en las duras y en las maduras. Un lugar donde los estadios están vivos, la gente se deja la voz y los domingos no se respira nada mas que eso que tanto nos gusta, fútbol.